
6.500 millones de habitantes repartidos en 510.065.284,702 kilómetros cuadrados. 248 países y unos 6.700 idiomas diferentes.
¡Imaginar interrelacionarse con tan siquiera la millonésima parte de seres humanos que pueblan nuestro planeta resulta una tarea imposible de imaginar!
Pero la cuestión está en que a lo largo de nuestra vida lo haremos con muchos de ellos.
¿Sabemos de antemano qué relación vamos a tener con cada persona que conozcamos? ¿Cuánto van a durar dichas relaciones? ¿Cuáles van a ser más importantes que otras? ¿Cuánto va a prevalecer cada una? ¿Cuáles nos dejarán huella y cuáles no?
Imposible. Aún más que en la caja de bombones de Forrest Gump.
¿Por qué nos empeñamos entonces en preparar nuestro futuro en torno a los demás? ¿Por qué nos vinculamos, asociamos y ligamos a tantas personas en nuestra vida hasta el punto de permanecer “irrevocablemente unidas a ellas de por vida”?
Los humanos no nos guiamos por instinto, que es lo que hacen los animales. Tenemos el don de pensar lo que hacemos o queremos hacer. Libertad total de decisión.
Y sin embargo nos sentimos unidos a nuestra familia sólo por el hecho de serla. Permanecemos unidos a nuestra pareja para siempre sólo porque un día se lo prometimos. Daríamos la vida por nuestros hijos porque son sangre de nuestra sangre.
Al fin y al cabo, puede que no seamos tan diferentes de los animales. Puede que también actuemos por reflejo. Puede que en el fondo seamos tan humanos como los animales.
Podemos hacer lo que queramos y decidimos atarnos de pies y manos. Eso en mi pueblo se llama “acción inconsciente”. Pero lo hacemos.
¿Qué nos lleva a ello?, me pregunto. Y no sé la respuesta. No la tengo. Me gustaría seguir con este artículo pero no puedo. No soy un filósofo. Tan sólo sé que somos felices siendo como somos y somos tan felices como queremos ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario