viernes, 29 de enero de 2010

POSTRADO


El mundo es tan ligero, tan liviano. Flotando en el espacio, sin apoyos ni cadenas; a su aire; dejándose llevar.
Y yo sin embargo, me siento tan pesado. Anclado al suelo. Como una estatua. Como un monumento. O como un edificio.
No consigo moverme. A veces ni quiero. Pero cuando quiero, no puedo.
Y es que peso tanto...
El mundo nunca duerme. Y al menos en eso estamos de acuerdo.
El mundo es frenético. Como mi mente. Más no así mi cuerpo. Y eso es lo que me queda; mi mundo es mi mente. Confuso, pero sencillo.
El mundo es enorme. Mi mente también. Más incluso, pues no tiene fin. Todo es posible en mi mente. Con ella puedo caminar, correr y saltar; incluso puedo volar. Y lo mejor de todo es que apenas me canso.
Aunque también tiene su parte mala: y es que aún cuando me canso, sigo volando, o saltando, o corriendo o caminando.
Mi mente nunca duerme. Ya lo dije antes. Cuando arriba es de día, abajo es de noche. Pero la noche nunca llega arriba; ni abajo el día.
Aun así me encanta viajar. Lo hago contínuamente. A cualquier sitio. Miles de sitios he visitado ya, aunque en ellos nunca haya estado.
Me gustaría poder quedarme en alguno de ellos. Al menos un tiempo. Pero nunca puedo.
Las visitas son cortas. No más de una hora. Y aunque puedo volver cada vez que quiera, nunca me sacian.
A veces pienso que mi mente está tan viva que por eso no siento mi cuerpo. No me importaría incluso prescindir de él. Pero por suerte o por desgracia, lo necesito.
Suelo mirarlo durante largos ratos; me trae buenos recuerdos. Llegué a amarlo, pero ahora lo desprecio.
No entiendo porqué se me dio algo que no pedí y ahora que lo necesito no lo tengo. ¿Acaso no lo merezco?
¿Cuándo hice aquello tan malo que se supone que hice? Por más que lo intento no lo recuerdo. ¿Tan malo fue? ¿Tan tremendo? ¿Se supone que tengo que aceptarlo? ¡No estoy dispuesto!
El cielo es tan hermoso, tan inmenso. A veces consigo verlo, aunque no tanto como desearía. Sé que siempre está ahí, pero necesito verlo.
No se le puede quitar el caramelo a un niño cuando aún no lo ha acabado. Si no pensabas dejar que lo acabara, no habérselo dado.