martes, 24 de agosto de 2010

EL HOMBRE CURIOSO


1.- Estoy de vacaciones, lejos de mi ciudad. Es mediodía y buscamos donde comer. Paseamos por la zona de restaurantes, debemos darnos prisa, pues se están llenando todos.
Para elegir bien, nos guiamos por varias cosas:
Por una parte, claro está, la carta. Hay que buscar buenos precios.
Por otra parte, el sitio. un buen sitio, cómodo y a la sombrita.
Pero además, nos fijamos en otra cosa. Nos fijamos en lo que comen los demás. Y pensamos: "vaya ensalada que se está comiendo ese" o "que buena pinta tiene esa carne" y, sobre todo "que maravilla de postres".
¡Está claro! Éste es un buen sitio.
Entonces nos sentamos y pedimos lo que nos apetece. Cuando nos sirven, miramos nuestros platos y nos gusta lo que vemos, pero no tanto como esperábamos. ¡Vaya! ¿Qué es lo que falla? Pues nada, no falla nada. Simplemente nos llamó más la atención lo que comían los demás que lo que nos han puesto a nosotros. ¿Hemos elegido mal quizás? Seguramente no. De hecho, casi seguro que hemos pedido algún plato de los que habíamos visto antes.
Y sin embargo, nos gustaba más cuando lo veíamos en la mesa de otro. ¿Por qué será?

2.- Estamos en fiestas. En un mercadillo repleto de puestos. Hay de todo y todo llama la atención.
En un momento dado nos acercamos a un puesto y nos interesamos por algo. El vendedor, muy simpático, nos explica varias cosas sobre lo que vende con entusiasmo.
En ese mismo instante, miro alrededor y observo que en cuestión de segundos el puesto se ha llenado de gente. ¿Por qué tan de repente? ¿Qué ha pasado?
Es más, se ha acumulado tanta gente que comenzamos a sentirnos incómodos y finalmente nos despedimos del vendedor y nos vamos.

3.- Sigo de vacaciones. Ahora me encuentro dentro de una iglesia, de visita. Estamos en una sala donde hay varios cuadros, esculturas y reliquias religiosas.
¡De repente se me ocurre algo! Me acerco a un rincón, uno bien oculto de las miradas de los demás. Entonces me dedico a observar lo que hay colgado de la pared con mucha atención. Me cruzo de brazos, pongo cara de curiosidad y me rasco la barbilla.
Observo como un señor se acerca con cara de curioso. Está claro que viene decidido a comprobar qué es lo que observo con tanta curiosidad.
Entonces, despacio, me alejo de allí, pero sin dejar de mirar atrás. Y el señor llega a donde yo estaba y ve lo que yo estaba viendo. El gesto se le cambia de repente y me lanza una mirada de muy mala uva. Y es que lo que yo estaba mirando era... ¡un extintor!

Puede parecer una tontería, pero todo esto me hace pensar: "¿por qué nos interesamos tanto por lo de los demás? ¿Por qué nosotros también lo queremos, aún sin saber qué es?"
Cuando vimos los platos de los demás en el restaurante nos parecían deliciosos. Y sin embargo, cuando nos los pusieron a nosotros, ya no nos parecían para tanto.
Cuando el vendedor en el puesto charlaba animosamente con nosotros, todo el mundo se acercó para saber qué ocurría allí. Seguramente pensarían: "¿habrá alguna ganga?"
Y por último, cuando hice la broma del extintor, aquel hombre no pudo evitar la curiosidad de acercarse a echar un vistazo. ¿Qué esperaba ver?
¿Envidia? ¿Querer conseguir más que los demás? ¿Exceso de curiosidad? Quién sabe. Juzguen ustedes, que esa manía de juzgar que tiene el ser humano también es, cuanto menos, curiosa.